Emocionese pero no se enferme

 

¿QUÉ SABEMOS SOBRE LAS EMOCIONES?

Mucho escuchamos sobre el efecto que las emociones tienen en nuestras vidas: sentirnos amados, enojarnos con alguien que nos atiende mal, estallar de felicidad al lograr lo anhelado. En nuestra cultura latina —sobretodo— sería muy extraño que alguien afirmara «no tengo emociones». Es notorio el gran mercado asociado a la explotación comercial de las emociones: cine, revistas, telenovelas, programas de radio de consulta amorosa, sitios en Internet para encuentros de parejas, etc.; sin embargo, es curioso que, a pesar de la amplia bibliografía, no se presente una definición formal de qué se entiende, con exactitud, por emoción.

 

Definiciones generales
Todos experimentamos sentimientos intensos que se relacionan tanto con las experiencias extremadamente agradables (recibir un gran regalo), como con aquellas muy desagradables (enterarse de la muerte de un ser querido, por ejemplo). Además, experimentamos este tipo de reacciones de un modo menos intenso en situaciones más cotidianas (el agrado de un abrazo espontáneo de un hijo, llorar ante una película triste, avergonzarse luego de romper un jarrón que no era nuestro, etc.). En este contexto, podemos definir las emociones como sentimientos de diverso tipo e intensidad, que tienen un efecto en la fisiología de nuestro cuerpo, en nuestros pensamientos y que influyen de modo variable en la conducta.
Las emociones se expresan tanto en las acciones como en la experiencia subjetiva de las personas. Así, es posible manifestar dos tipos de respuesta emocional: la respuesta externa o explícita, que se realiza hacia el medio externo y una respuesta interna, que tiene una correlación en el funcionamiento de nuestro cuerpo. Cuando experimentamos una emoción, podemos comprender su naturaleza en base a dos dimensiones: si esta experiencia nos tensa o relaja, o si nos agrada o desagrada; y estas dimensiones se puedan manifestar con diversos matices entre sí. Podemos ser selectivos al experimentar una emoción, es decir, somos capaces de concentrarnos en ciertos estímulos desechando otros, de modo que nuestra experiencia consciente se enfoque en una emoción específica.
Las emociones tienen no solo un carácter individual, sino que también pueden ser sociales, pueden ser transmitidas de una persona a otra e incluso a grandes grupos. Esta transferencia emocional tiene un gran efecto en situaciones en las que la ambigüedad de la información está presente y no se tiene claro qué está sucediendo, dejando que los rumores intenten explicar lo que sucede. Si alguien entra abruptamente a la sala de clases corriendo, agitando los brazos y gritando «¡incendio, incendio!», es altamente probable que esta emoción se contagie a los alumnos de la sala y estos se asusten y salgan corriendo.
Las emociones permiten enfrentarnos satisfactoriamente a situaciones en que nuestro bienestar está en peligro, cuyo mecanismo opera en tres formas:

• Ayudándonos a maximizar el uso de la energía en cortos períodos de tiempo; por ejemplo, dando un gran salto si nos percatamos que un perro nos quiere morder.
• Mantener la ejecución de una actividad durante un período de tiempo más largo de lo común; por ejemplo, correr a gran velocidad por cuadras y cuadras para escapar de este perro que nos quiere morder.
• Disminuyendo la sensibilidad al dolor y al cansancio; por ejemplo, no sentir tan fuerte la mordedura del perro, si finalmente este nos alcanzó.

No obstante lo anterior, no siempre las emociones juegan de nuestro lado, puesto que incluso pueden llevar a la persona a situaciones de peligro. Por ejemplo, cuando la intensidad de nuestras emociones sobrepasa un límite, la conducta puede volverse ineficaz, e incluso paralizar a la persona. Las emociones fuertes nos ayudan a enfrentarnos a situaciones inesperadas, de emergencia, sin embargo, cuando esta emoción es de gran intensidad, ello puede llevar a que la persona se vea impedido de emitir una conducta, al punto de inhabilitarse. Por ejemplo, una persona puede quedar paralizada de miedo ante un perro que ladra furiosamente. La situación anterior se relaciona con el principio de Yerkes-Dobson, el cual plantea que la ansiedad mejora el desempeño de una conducta o el aprendizaje hasta un cierto punto. Si el límite de ansiedad o tensión se sobrepasa, la consecuencia es que el desempeño decae significativamente. Un ejemplo de lo anterior podemos encontrarlo en la sala de clases: si un alumno se encuentra motivado y ansioso por una determinada asignatura, es muy probable que el aprendizaje se incremente; si la ansiedad y tensión relacionada con esta asignatura continúa acentuándose (en un examen final), ello puede llevar a que el alumno «se quede en blanco» y no rinda de acuerdo a lo que se esperaba, es decir, aquí la tensión sobrepasó el límite de la eficacia, hasta volverse ineficaz.
En muchas ocasiones, las emociones por sí mismas sirven de motivador para la realización de una acción específica; por ejemplo, si un niño experimenta un miedo intenso a que lo llamen a la pizarra, es probable que lo único que desee sea huir de la sala. En otras situaciones, las emociones acompañan a las motivaciones; por ejemplo, cerca de la hora del almuerzo, un niño en clase puede sentir hambre y por causa de esta experimentar emociones desagradables de enojo, frustración y manifestarse agresivo y desconcentrado a los ojos de un profesor.
Para estudiar las emociones desde una perspectiva científica, se han investigado los cambios fisiológicos que ocurren en las personas cuando experimentan situaciones perturbadoras. La mayor parte de lo que se conoce actualmente sobre el efecto de las emociones en la conducta proviene de la observación de estos cambios en el organismo. Los cambios que típicamente se conocen son: cambios en la resistencia eléctrica de la piel, incremento de la presión arterial, aumento en la frecuencia cardiaca, respiración más agitada, dilatación de la pupila y disminución de la secreción de saliva entre otros. Casi todos estos cambios son producidos por el sistema nervioso autónomo, específicamente por una activación simpática. La evidencia señala que la adrenalina juega un papel importante en la manifestación de las emociones. Esta sustancia, secretada por las glándulas suprarrenales, genera el efecto de propiciar una rápida y enérgica respuesta del organismo.
El centro activador y regulador de nuestras emociones se encuentra en el cerebro. En la corteza cerebral y el hipotálamo se localizan los centros que ejercen un control en la manifestación de nuestras emociones. Junto al efecto del cerebro y las glándulas suprarrenales asociadas a las emociones, también es importante considerar el rol que cumple el factor cognitivo, es decir, determinar qué efecto producen en las personas sus pensamientos frente a situaciones específicas. Por ejemplo, una persona puede sentirse muy asustada al darse cuenta que «algo» ruge detrás de ella, y este miedo probablemente se expresará mediante: la piel se volverá sudorosa, los pelos estarán «de punta», la boca se secará y se dilatarán las pupilas. Si esta persona se da vuelta y ve que el perro estaba jugando con un papel detrás de mí, podrá interpretar esta situación como «el perro no va a atacarme», y por tanto ahora se relaja.
Las emociones, por su correlación fisiológica, están íntimamente ligadas a la salud que presente una persona. En algunas situaciones los trastornos psicológicos producen síntomas en el organismo que pueden ser imaginarios o reales, contribuyendo a desencadenar y/o agravar una enfermedad en nuestro cuerpo. Los trastornos biológicos que se generan como consecuencia de factores psicológicos se les conoce como enfermedades psicosomáticas, las más conocidas son las úlceras en el aparato digestivo, trastornos en la piel (alergias y psoriasis), caída del cabello, dolores en la espalda, etc. En estos casos la enfermedad es considerada secundaria al trastorno emocional, por tanto, los esfuerzos terapéuticos deben considerarse junto al tratamiento médico.
La totalidad de las emociones que podemos experimentar es producto del largo proceso de desarrollo como personas. Los bebés manifiestan solo una excitación generalizada y las emociones más específicas se desarrollan con posterioridad, en función de la maduración y del aprendizaje, que nos señala las ocasiones en que podemos manifestar nuestras emociones y cómo hacerlo.

 

Rodríguez, V. (2003). ¿QUÉ LE DA SABOR A NUESTRA VIDA?: EMOCIONES. In R. Crane & F. Cortés (Eds.), Psicología: conceptos psicológicos prácticos para el obrero cristiano (pp. 186–192). Miami, Florida: Editorial Unilit.

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