
El decidió que fuera yo
“La Marcha a Zacatecas” era la llamada de atención que indicaba que la hora de el recreo había terminado. Escucharla evoca hermosos recuerdos de mi niñez en la escuela primaria “la corregidora” en Santa Rita, Tamaulipas.
Antes del recreo, durante las clases, los lideres ya habían hecho el “score”. Es decir, se habían repartido los estudiantes y habían formado dos equipos que se enfrentarían en un partido de béisbol que duraría media hora. Ellos escogían bien, siempre comenzaban con el mejor y terminaban rifando en un volado al peor. Para que presumir? yo era de los que no querían ni en un volado, era tan malo, que el que me ganaba en el sorteo me regalaba de nuevo al equipo contrario en un acto de camaradería. Pero me encantaba esas contiendas beisboleras donde dejábamos el alma por ganar.
La pelota siempre fue remendada a mano por nosotros mismos y el bate de madera de cedro, mal pulido por alguno de los adultos. A veces no nos alcanzaban los guantes viejos e improvisábamos unas manoplas mal hechas de cartón. El terreno de juego estaba lleno de piedras y cañas de maíz secas. Nuestras camisetas nos servían para señalar las bases y las jugadas apretadas se decidían por la vía de la reconciliación. Es mejor jugar que perder la media hora discutiendo.
! ¡Que partidos señores!
Por eso cuando escucho la música de “La Marcha a Zacatecas” no se si enojarme, llorar, reír o celebrar, pues era el punto final de nuestro “mundial de béisbol”
Cuando pienso en esos tiempos y lo comparo con la elección que mi Dios hizo al llamarme al ministerio, digo: ¿acaso viste alguna cualidad en mi Señor? ¿Por que a mi? que acaso no sabias de antemano, lo malo que era para formar parte de tu equipo? ¿No te hubiese sido mas mejor escoger a los que estaban dotados de habilidades y virtudes? Y la respuesta es siempre la misma: yo te elegí a ti, tu no me elegiste a mi y te he puesto para que vayas y lleves fruto y tu fruto permanezca.
Por que de lo menospreciado y de lo vil del mundo escogió Dios……. Nos dice el Apóstol.
He pasado mas de treinta años jugando en el equipo de Dios. Muchas veces criticado y otras tantas lastimado. A veces sin fuerzas, otras con mucho ánimo. Solo y acompañado, enfermo y con salud. Altas y bajas. Treinta años donde he predicado la palabra y estado en momentos de mucha gloria como también de tristeza, temor y dudas. Pero aquí estamos con la mano en el arado, ¡no volveré atrás!
Si el me escogió, el me capacita, si el me llamo el me perdona y me santifica, si el es el autor de esta historia el la llevara a feliz culminación. Esa es mi confianza.
Gracias Señor, por tan grande privilegio.